28 febrero 2009

Léxico - Hora

En tiempos muy primitivos, una hora era la doceava parte del tiempo transcurrido entre la salida y la puesta del sol. Su duración variaba, por tanto, con las estaciones y, entre los indoeuropeos se llamaba yora.
Los egipcios fueron los primeros en dividir el día en 24 partes iguales, una práctica que fue adoptada por los griegos, quienes le dieron el nombre de hora, y después por los romanos, se cree que inicialmente con una h aspirada que probablemente desapareció antes de la época clásica.
Los romanos acuñaron también la expresión hac hora (en esta hora), que llegó al español inicialmente como agora, que después del siglo XII se convirtió en ahora en castellano, aunque agora se mantiene hasta hoy en gallego y en portugués. Durante el siglo XV se hizo común en español la expresión ‘en hora buena’, que terminó por convertirse un siglo más tarde en la palabra enhorabuena.
En gallego-portugués (lengua que más tarde se dividió en dos) en el siglo XV ya se decía en boa hora y emboora, que finalmente se redujo al actual embora (en buena hora). En portugués, con el verbo ir, embora da la idea de retirada que en español se expresa con forma pronominal ‘irse’.
Con el verbo griego skopein (ver), que está presente en ‘microscopio’, ‘telescopio’, ‘endoscopía’ y muchas otras, hora formó también ‘oroscopos para los griegos y horoscopos en latín, que sólo apareció en castellano hacia comienzos del siglo XVII.

21 febrero 2009

Léxico - Mes

Para los pueblos indoeuropeos –cuyos idiomas dieron origen a ciento cincuenta lenguas habladas hoy por la mitad de la humanidad– la palabra empleada para mes era la misma que designaba a la Luna, lo que no debe sorprender, si recordamos que una lunación dura veintiocho días.
En efecto, la raíz indoeuropea dio lugar al vocablo griego men, mene, del que se derivó el vocablo latino mensis, que llegó a nosotros bajo la forma mes.
La primitiva equivalencia entre ‘luna’ y ‘mes’ se perdió en latín, pero en otras lenguas se mantuvo una proximidad entre ambos términos: en inglés, month/Moon; en alemán Monat/Mond; en holandés Maand/maan y, en sueco, månad/måne.
En español, muchas otras palabras se derivaron de mes o de mensis, tales como menstruación, menopausia, amenorrea, trimestre y semestre.

07 febrero 2009

Léxico - Paralelo

Rectas o planos paralelos son aquellos equidistantes entre sí, de modo que no se encuentran por más que se prolonguen. La palabra llegó al español procedente del latín parallelus y éste, del griego parallelos, con el mismo significado.
El vocablo griego se formó a partir de la preposición pará (al lado) y allelos (uno, con relación al otro), derivado a su vez de allos (otro). Cabe observar que allelos también está presente en nuestra lengua en alelomorfo, que se aplica en biología a los caracteres genéticos opuestos de un individuo, que pueden manifestarse de una u otra manera, como ‘ojos claros-ojos oscuros’, ‘nariz aguileña-nariz respingada’, por ejemplo.
Paralelo se aplica también a los círculos menores que rodean la Tierra en posición paralela al Ecuador.
En sentido figurado, paralelo se usa también para denotar una comparación entre una persona o cosa con otra semejante, como hace Plutarco en su obra Vidas paralelas. En ese sentido, paralelismo equivale a semejanza.
Si a paralelo le añadimos el sufijo –grama (lo que está escrito, trazado o dibujado), formamos paralelogramo, un cuadrilátero cuyos lados opuestos son paralelos.
También se combina paralelo con la palabra griega epípedon (superficie, formada por epi- [sobre] y pédon [piso, suelo]) y tendremos paralelepípedo, un sólido compuesto por seis caras, paralelas dos a dos, cada una de las cuales tiene la forma de un paralelogramo.

01 febrero 2009

Cuestión de género

Artículo de opinión publicado en el Diario Información de Alicante el 31 de enero de 2009.
Julio G. Pesquera
Respecto a la campaña promovida por el Ayuntamiento "Alicante guapa, guapa, guapa" me han planteado varios lectores si no sería más correcto concordar el adjetivo en masculino, pero el asunto, a primera vista baladí, tiene más miga de la que parece y obliga a reflexionar de manera global sobre la cuestión del género, y en particular sobre el de los nombres de las ciudades, para tratar de llegar a una conclusión razonada.
En principio, hay que establecer que el género es un rasgo arbitrario, salvo en los casos en que se refiere a seres sexuados concretos -león, leona, gato, gata- y que los nombres de objetos, cualidades y, en general, seres a los que no se puede atribuir sexo son masculinos o femeninos sin ninguna razón que lo justifique, de modo que en una lengua un vocablo puede ser masculino y el equivalente, en otra, femenino. En español hay una marcada tendencia a que los nombres acabados en /o/ sean masculinos y por tanto se pueda poner delante de ellos el artículo "el" y que los acabados en /a/ sean femeninos y lleven el artículo "la". Con algunas excepciones, porque, por ejemplo, "mano" termina en /o/ y decimos "la mano" y "hampa" acaba en /a/ y decimos "el hampa". Además, se plantea que hay muchísimos sustantivos que no terminan ni en /o/ ni en /a/ sino en otra vocal o en cualquier consonante y entonces sí que se hace más patente que no existen ni norma ni tendencia válida sino que se pone de manifiesto la arbitrariedad más absoluta y sabemos que "camión", "clarinete" o "rosal" son masculinos por la gracia de Dios, y "matriz", "flexión" o "humildad" son femeninos porque así lo ha impuesto el uso. Hay además una excepción: cuando un nombre comienza por /a/ tónica, es decir, acentuada, no porque lleve o no tilde sino porque recaiga en ella la mayor fuerza de voz -eso es lo que significa estar acentuada- como en "águila", "aula" o "agua", en singular se pone delante el artículo "el", como si fueran masculinas, aunque no lo sean (lo que se descubre porque en plural se dice "las águilas", "las aulas", "las aguas") para evitar la cacofonía (el mal sonido) que resultaría al poner "la" delante -pueden hacer la prueba para comprobarlo-, y así, se forma "el águila", "el aula", "el agua". Se da, incluso, que hay nombres invariables en cuanto al género como "el/la pianista" o "el/la siquiatra" en los que es el artículo el que distingue y otros que poseen una forma única para los dos sexos: "la perdiz", "el mosquito", "el lince" y muchos más; en estos suelen agregarse para distinguir el sexo las palabras "macho" o "hembra".
Y llegamos a los nombres de las ciudades. Si nos fijamos en las capitales de provincia españolas encontraremos que las acabadas en /a/ son indudablemente femeninas: "La Barcelona de principios del siglo XX fue muy revolucionaria", "La Vitoria actual es un modelo de ciudad limpia y moderna". Por el contrario, las acabadas en /o/ como Toledo o Lugo son masculinas -"Tomando unos vinos por el Lugo de las tabernas se pasa la tarde estupendamente y se come"-, pero las hay que terminan en otras vocales o en consonante y en estos casos el uso ha consagrado que sean masculinas: "El León monumental merece cuando menos dos días de visita", "Me encanta el Madrid de los Austrias", y no es posible hablar de "la León" ni de "la Madrid". En cuando al nombre de nuestra ciudad parece que sigue la misma regla y se prefiere "El Alicante de mi niñez era mucho más familiar y recogido" frente a "La Alicante de mi niñez", donde la sucesión de aes -"La Alicante"- no produce un efecto sonoro precisamente agradable y, aunque pueda haber a quien no le parezca mal, lo que es indudable es que la forma con el actualizador masculino delante resulta aceptada por todos.
Pero hete aquí que, si el nombre no va precedido de artículo, la cosa cambia, y cuando hace unos años se diseñó otra campaña para concienciar a la ciudadanía de que había que mejorar el aspecto de las calles y aceras se eligió como eslogan "Alicante ciudad limpia" en el que el adjetivo "limpia" concuerda con el nombre "ciudad". Esta vez se ha optado por eliminar "ciudad", aunque sigue estando por debajo de lo dicho en lo que los lingüistas llaman "la estructura profunda" -lo pensado- y por eso parece que nos suena mejor "Alicante guapa" que "Alicante guapo" pues el adjetivo concuerda con un sustantivo, "ciudad", que no está expreso, pero que se supone.
No hay de qué.