02 febrero 2008

Mito de Apolo y Dafne

El primer amor del dios Apolo fue Dafne, hija del río Peneo, y este amor no fue producto del ciego azar, sino de la violenta cólera de Cupido. Discutía un día éste con Apolo, orgulloso de su victoria sobre la serpiente Pitón, mientras Cupido tensaba la cuerda de su arco Apolo le dijo: "¿Qué haces tú, niño, con las armas que sólo cuadran a los valientes? Tú debes contentarte con provocar esas pasiones amorosas y no aspirar a una gloria que solo poseo yo". A esto el hijo de Venus le respondió: "Aunque tu arco atraviese horribles fieras, y violentas alimañas, el mío te va a atravesar a ti, e igual que los animales son inferiores a la divinidad, así tu gloria será inferior a la mía"; así habló Cupido y batiendo sus alas se abrió camino por los aires y fue raudo y veloz a detenerse en la cima del Parnaso, donde sacó de su aljaba, portadora de flechas, dos que producían diverso efecto: una, provoca el odio, hace huir el amor, la otra, lo produce. La que lo produce es de oro, y su afilada punta resplandece; la que lo hace huir es de plomo y su punta es roma. Fue precisamente esta última la que clavó el travieso dios sobre Dafne, mientras que con la otra hirió hasta la médula a Apolo. En el acto queda el uno enamorado, la otra huye hasta del nombre del amor: muchos la pretendieron, pero ella rechaza a todos, no quiere saber nada del significado del amor, y sola recorre los parajes de los bosques.
Muchas veces le dijo su padre: " Hija mía, me debes yerno e hijos", pero ella que odia las antorchas nupciales enrojece y suplicante decía: " Padre, concédeme poder disfrutar de una virginidad perpetua". Pero Apolo está enamorado, ha visto a Dafne y desea sobre todas las cosas unirse a ella. Como arden las pajas por las antorchas, así se encendió en llamas el dios, así quemaba de pasión su corazón y con esperanzas alimentaba un amor vano. Se da cuenta que a la ninfa, los cabellos le caen por el cuello, en desorden, ve sus ojos, resplandecientes como llamas en la oscuridad y semejantes a estrellas, ve su boca, que quisiera besar, se extasía con sus dedos y manos, con sus brazos desnudos en más de la mitad, y las partes que están ocultas las imagina aún mejor. Pero Dafne huye, huye ligera y rauda como el viento y no se detiene ante las palabras con las que el dios la llama: "Ninfa, Dafne, detente; no soy ningún enemigo que te persigue; así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, yo sin embargo, el amor es el motivo que tengo para seguirte. No corras tanto, yo te lo pido, y entérate a quién gustas, no soy un habitante del bosque, ni un pastor, Júpiter es mi padre, por mí se revela tanto lo que será como lo que ha sido. Infalible es mi flecha, pero hay otra que aún lo es más y ha causado una herida en mi corazón antes sano.
Aún continuaba hablando cuando Dafne salió huyendo en veloz carrera, y al abandonarlo, dejándolo con la palabra en la boca, aún le pareció más bella; el viento le descubría las formas, las brisas que le chocaban agitaban sus ropas y le empujaba hacia atrás los cabellos: con la carrera aumentaba su belleza. Pero Apolo no puede soportar más, ese amor vano, y obedeciendo a sus deseos, la sigue, la persigue, como cuando un perro ha visto a una liebre en campo abierto, el uno busca el botín deseado, la liebre busca su vida; así corren veloces el dios y la ninfa, él por amor y esperanza, ella por temor. Apolo, es más rápido ayudado por las alas del amor, se niega al descanso, acosa la espalda de la ninfa, echa su aliento sobre sus cabellos que el ondean sobre el cuello. Agotadas sus fuerza, palideció, vencida por la fatiga de la huida, mira a las aguas del Peneo y dice: " Padre, destruye esta figura que ha gustado en demasía!" Apenas acabó su súplica cuando un entorpecimiento se apodera de sus miembros, sus suaves formas comienzan a ser envueltas por una delgada corteza, sus cabellos se transforman en hojas, en ramas sus brazos; sus pies, un momento antes tan veloces ahora son raíces, su cabeza es una arbórea copa, pero aún sigue siendo bella. Aún sigue Apolo amándola, y tocando el reciente tronco, percibe como palpita aún su corazón bajo la corteza, y besa la madera, pero la madera huye de sus besos. Y el dios hablo así: " Ya que no serás mi mujer, serás mi árbol, siempre te llevará mi cabellera" El laurel asintió con sus ramas recién formadas, y parecía, que como cabeza, agitaba su copa.

No hay comentarios: