La muerte de Miguel Delibes lo ha convertido en el escritor español más importante del siglo XX, o en uno de los tres mejores, o en uno de los diez... qué más da. El autor no parecía inquietarse por el lugar que ocupaba en esas listas.
POR MAR LANGA PIZARRO
Me gustaría pensar que cuando se publique este artículo usted habrá desempolvado algún libro de Delibes (1920-2010), tras recibir el caudal de reseñas, declaraciones y valoraciones. Por arte y gracia de su defunción, como señalaba en este diario Ángel L. Prieto de Paula, lo hemos convertido en el escritor español más importante del siglo XX, o en uno de los tres mejores, o en uno de los diez, qué más da. Al contrario que otros miembros de su generación, Delibes no parecía inquietarse por su lugar en esas listas, siempre interpretables, siempre ficticias.
El pasado fin de semana, un amigo que reconocía haber disfrutado con Diario de un cazador y El hereje, calificaba a Delibes de "asesino de animales castellanos", "triste, aburrido, sólo escribió novelas que ya estaban pasadas de moda cuando las imaginó". Se burlaba de la prosa usada por el autor, imitándola sarcásticamente con esta frase: "sopla el viento del moro entre las cepas, anida la perdiz roja en los ribazos y empata el Sevilla C. de F. con el Deportivo de La Coruña". Habrán comprendido que ese amigo es un lector empedernido, posee una capacidad crítica nada desdeñable, y hace gala de un fino sentido del humor. Por ello, su frase integra muchas de las particularidades de nuestro escritor: su pasión por la palabra justa, su conocimiento del mundo rural, sus más queridas aficiones.
Me vi obligada a responderle que, aunque Delibes solo hubiera escrito Cinco horas con Mario y El hereje, ya merecería estar en los manuales. Añade a estas credenciales su honestidad, su interesante evolución, el continuo pacto con su público, su solvencia para incorporar novedades formales sin desentenderse del argumento, la exactitud austera de sus palabras, y la lucidez para juzgarse sin piedad (nadie ha criticado con más saña que él La sombra del ciprés es alargada, premiada con el Nadal en 1947).
Quienes cursamos COU (el ¿equivalente? al actual Segundo de Bachillerato) conocimos su narrativa por una lectura que, desde las primeras páginas, pasó de "obligatoria" a deleitosa: Cinco horas con Mario (1966). Como recordarán, durante el velatorio de su marido, Carmen lee pasajes de La Biblia y se enzarza en un apasionante monólogo lleno de leitmotiv. Gracias a su verborrea, esa mujer conservadora y católica nos muestra sus insatisfacciones, sus aspiraciones y las grietas apenas perceptibles de su existencia. Tras las quejas reiteradas, aparece la figura de Mario, un intelectual comprometido que ejerce como catedrático de instituto, periodista y escritor. La historia de ambos es un camino plagado de silencios y desencuentros, una metáfora de dos modos de entender la realidad, de dos opciones vitales y políticas. Podría detenerme en comentar su adscripción al realismo social, renovado con continuos saltos temporales, repeticiones, ampliaciones, discurso libre de conciencia... Optaré por la fidelidad a la estudiante que era entonces: ignoro si percibí todo eso y, desde luego, no fue lo que me interesó de la novela.
Delibes me sedujo por su capacidad para perfilar personajes sin el sustento de un narrador; y por la falta de maniqueísmo. Al cerrar el libro, me sentí claramente partidaria de Mario, ese hombre valiente al que "le había tocado en suerte" aquella esposa pacata y banal. Días después, no dejaba de reprocharle al marido su egocentrismo, su incapacidad ya no para hacer feliz a la mujer con la que se había comprometido, sino incluso para tenerla en consideración. Pocas novelas me han conducido a una dicotomía semejante. Y muy pocas lo han hecho con tal sutileza. La adaptación teatral se mantuvo muchos años en cartel, y se llevaron al cine El camino, Mi idolatrado hijo Sisí, El príncipe destronado (La guerra de papá, que tanto me divirtió en mi infancia), El tesoro, La sombra del ciprés es alargada, Las ratas, Diario de un jubilado y las magníficas Los santos inocentes y El disputado voto del señor Cayo. La prosa de Delibes posee concisión, hondura, descripciones detalladas, diálogos cuidados, humor inteligente; ingredientes muy atractivos para las adaptaciones. Además de las obras citadas, puede que usted recuerde Diario de un cazador (1955, Premio Nacional de Literatura), Siestas con viento sur (1957, Premio Fastenrath), La hoja roja (1959, Premio Juan March), "Las ratas" (1962, Premio de la Crítica), Las guerras de nuestros antepasados (1975), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), 377A, Madera de héroe (1987), Señora de rojo sobre fondo gris (1991).
Me conmovió especialmente su novela histórica El hereje (1998, Premio Nacional de Narrativa). La publicó tres años después de que hubiera anunciado su retirada de la literatura. Afortunadamente, no cumplió. El hereje narra el proceso inquisitorial contra un grupo reformista en el Valladolid de Carlos I. Una vez más, el autor consigue convertir en héroes a los perdedores, retratar con fidelidad una época, abogar por la libertad y por la separación entre Estado e Iglesia, mostrar las luchas internas que acechan a los seres humanos. Todo ello, con un lenguaje sin fisuras, y una trama sin trampas.
Postulado para el Nobel en diversas ocasiones, Delibes logró los mayores galardones españoles: el Premio Príncipe de Asturias 1982, el Nacional de las Letras 1991, el Cervantes 1993. Además, se negó a participar en aquellos que le ofrecieron bajo mano, a pesar de su atractiva remuneración. Parafraseando uno de sus títulos, lo podríamos proclamar representante de Un mundo que agoniza. Sabemos por quienes le querían que, en los últimos años, pensaba más en la muerte que en la vida. La primera ya le ha llegado. De la segunda, siempre nos quedarán sus libros. No me alargo más: vuelvan a su cita con Delibes. Que la disfruten.
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