20 mayo 2012

Jorge Luis Borges (1899-1986)

Nació en Buenos Aires. Tras una infancia enfermiza, que dedicó a la lectura, se trasladó a Europa, donde conoció las vanguardias. En 1919 visitó España y publicó poemas ultraístas. Ya en su país, escribió poemas y ensayos y, tras un grave accidente , publicó cuentos. Alcanzó la fama en 1961, al recibir el Premio Nacional de Editores. Realizó constantes viajes y dictó conferencias. En 1980 recibió el Premio Cervantes.
Aunque Borges escribió una poesía de gran calidad (Fervor de Buenos Aires, 1923), su mayor trascendencia en la literatura se debe a los cuentos.
En sus cuentos, Borges, no pretende contar una historia, sino analizar el sentido de la existencia, del individuo y del universo.
La gran preocupación del autor, la frontera entre realidad y ficción, se plasma por medio de símbolos: los espejos (que nos reflejan y repiten), los caminos que se bifurcan (el azar), el laberinto (físico y mental), la biblioteca (el universo entero), el sueño (que equipara realidad y ficción)...
Para crear sus cuentos, Borges acude a todos los subgéneros narrativos: crónicas periodísticas, narracioness filosóficas, policíacas, de aventuras, de ciencia ficción..., y busca sorprender al lector con desenlaces inesperados.

COMPILACIONES DE CUENTOS DE BORGES
  • Historia universal de la infamia (1935). Recoge biografías ficticias de personajes legendarios: pistoleros como Billy el Niño, estafadores como Arthur Orton, etcétera.
  • Ficciones (1944). Reúne dos libros de cuentos: El jardín de los senderos que se bifurcan y Artificios. Trata temas como la escritura, el orden, el caos, el infinito...
  • El Aleph (1949). Mezcla cuentos realistas y fantásticos en los que explora el sentido de la vida.
  • El libro de arena (1975). Recoge temas característicos de Borges: la identidad, con el tema del doble; la existencia de la realidad, la memoria...
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Los dos reyes y los dos laberintos
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere. 
Jorge Luis Borges, El Aleph.

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