Desde la Guerra Civil hasta el final de la dictadura franquista, la novela española se desarrolló en distintas tendencias íntimamente relacionadas con las transformaciones políticas y sociales vividas en el país.
La novela española contemporánea ha evolucionado desde el realismo de posguerra, pasando por la novela social, hasta la renovación formal.
Tras la Guerra Civil, el principio creativo fue el realismo. La novela que triunfó se centraba en los hechos inmediatamente anteriores relatados desde la perspectiva de los vencedores, novela falangista. Los "novelistas con el imperio", es decir, jóvenes falangistas acordes con el régimen vencedor en la Guerra Civil, quisieron dejar constancia de la victoria como una gesta heroica y salvadora.
Con estos presupuestos, aun valorando la calidad de algunas novelas, es necesario reconocer que se trató de obras partidistas y propagandísticas. Entre ellas hay que citar Se ha ocupado el kilómetro 6 (1939) de Cecilio Benítez de Castro, La mascarada trágica (1940) de Enrique Noguera, Checas de Madrid (1940) de Tomás Borrás, Leoncio Pancorbo (1942) de José María Alfaro, y sobre todo, La fiel infantería (1943) de Rafael García Serrano y Javier Mariño (1943) de Gonzalo Torrente Ballester.
En este contexto destacan La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, Nada (1944), de Carmen Laforet, Mariona Rebull (1944), de Ignacio Agustí, y La sombra del ciprés es alargada (1948), de Miguel Delibes.
La novela del realismo social superó a su predecesora existencialista en las innovaciones técnicas y, más aún, en las intenciones ideológicas: por un lado, suscribió un compromiso ético, un testimonio crítico y una denuncia social; por otro, aun recuperando parte de la tradición realista española y siguiendo las huellas de las primeras novelas realistas de la decada, se dejó influir por las técnicas del cine, por las de la novela norteamericana y por el neorrealismo italiano, coetáneo suyo.
Estas influencias le aportaron nuevas técnicas narrativas: el narrador oculto, que no interviene en los personajes y actúa presentando hechos y personajes como una cámara cinematográfica, lo que contribuyó a la omnipresencia de los diálogos; el montaje de la trama y los hechos con métodos conductistas -behavioristas- basados en el esquema estímulo-respuesta; y la estructuración del texto en secuencias, también al modo cinematográfico.
Además de La colmena (1951), de Camilo José Cela, son representativas de esta tendencia El fulgor y la sangre (1954), de Ignacio Aldecoa; Pequeño teatro (1954), de Ana Mª Matute; El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio; Entre visillos (1958), de Carmen Martín Gaite, y Las ratas (1962), de Miguel Delibes. La denuncia social se hace explícita en textos sobre el mundo obrero, como Central eléctrica (1958), de Jesús López Pacheco, y La zanja (1961), de Alfonso Grosso.
Con estos presupuestos, aun valorando la calidad de algunas novelas, es necesario reconocer que se trató de obras partidistas y propagandísticas. Entre ellas hay que citar Se ha ocupado el kilómetro 6 (1939) de Cecilio Benítez de Castro, La mascarada trágica (1940) de Enrique Noguera, Checas de Madrid (1940) de Tomás Borrás, Leoncio Pancorbo (1942) de José María Alfaro, y sobre todo, La fiel infantería (1943) de Rafael García Serrano y Javier Mariño (1943) de Gonzalo Torrente Ballester.
Principales etapas
Novela existencialista (1942-1954)
La novela existencialista (realista) no adoptó los tonos desgarrados y angustiosos de la poesía desarraigada, coetánea suya, sino que normalmente se limitó a expresar la conciencia del personaje o la peripecia individual en su lucha con el destino o con las circunstancias cotidianas. Son novelas realistas que intentaron a duras penas un camino de renovación en la posguerra, distinto o contrario al de las falangistas, aunque se mantuvieran en la tradición de las técnicas narrativas. La cercana guerra civil o los tonos sombríos, grises y domésticos en cada día, formaron el marco argumental en el que los personajes soportaban su intrincado mundo interior y su falta de esperanza; afrontan la realidad cotidiana, desvelando la violencia y el sinsentido de la existencia.En este contexto destacan La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, Nada (1944), de Carmen Laforet, Mariona Rebull (1944), de Ignacio Agustí, y La sombra del ciprés es alargada (1948), de Miguel Delibes.
La novela del realismo social (1954-1962)
La novela social se desarrolló en España al tiempo que la poesía social. Los nuevos novelistas de la década de 1950, que habían sido niños durante la Guerra Civil, intentaron presentar con objetividad -de ahí que también se hable de novela objetivista- los recuerdos de la guerra, los conflictos de la vida colectiva española, los ambientes concretos del trabajo, de las profesiones, del campo o de la ciudad, y exigieron un cambio en la sociedad que estaban testimoniando.La novela del realismo social superó a su predecesora existencialista en las innovaciones técnicas y, más aún, en las intenciones ideológicas: por un lado, suscribió un compromiso ético, un testimonio crítico y una denuncia social; por otro, aun recuperando parte de la tradición realista española y siguiendo las huellas de las primeras novelas realistas de la decada, se dejó influir por las técnicas del cine, por las de la novela norteamericana y por el neorrealismo italiano, coetáneo suyo.
Estas influencias le aportaron nuevas técnicas narrativas: el narrador oculto, que no interviene en los personajes y actúa presentando hechos y personajes como una cámara cinematográfica, lo que contribuyó a la omnipresencia de los diálogos; el montaje de la trama y los hechos con métodos conductistas -behavioristas- basados en el esquema estímulo-respuesta; y la estructuración del texto en secuencias, también al modo cinematográfico.
Además de La colmena (1951), de Camilo José Cela, son representativas de esta tendencia El fulgor y la sangre (1954), de Ignacio Aldecoa; Pequeño teatro (1954), de Ana Mª Matute; El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio; Entre visillos (1958), de Carmen Martín Gaite, y Las ratas (1962), de Miguel Delibes. La denuncia social se hace explícita en textos sobre el mundo obrero, como Central eléctrica (1958), de Jesús López Pacheco, y La zanja (1961), de Alfonso Grosso.
La renovación narrativa y experimentalista (1962-1975)
A partir de los años sesenta, los narradores emprendieron una renovación formal, concediendo mayor importancia al lenguaje y al modo de estructurar el relato e incorporando nuevos procedimientos: la mezcla de espacios y tiempos, el protagonista individual con fondo social, recursos tipográficos, ortografía no convencional y diferentes puntos de vista. Destacan Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos; Últimas tardes con Teresa (1966), de Juan Marsé; Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo; Cinco horas con Mario (1966), de Miguel Delibes; Volverás a Región (1967), de Juan Benet, y La saga / fuga de J.B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester.
Últimas tendencias de la novela
Desde finales de los años setenta, la novela se caracteriza por la variedad de temas tratados y por la búsqueda de nuevos procedimientos expresivos. Los narradores españoles más recientes no siguen una tendencia única, sino que se sirven de diferentes subgéneros.- Novelas poemáticas. Este tipo de narraciones recrean un mundo simbólico con personajes inescrutables. La preocupación por el lenguaje las acerca al poema lírico. Entre las más destacadas cabe citar La isla de los jacintos cortados (1980), de Torrente Ballester; El héroe de las mansardas de Mansard (1983), de Álvaro Pombo, y La lluvia amarilla (1988), de Julio Llamazares.
- Novela histórica. Algunos relatos históricos reconstruyen una época del pasado, Extramuros (1978), de Jesús Fernández Santos; Octubre, Octubre (1981), de José Luis Smpedro, y Urraca (1991), de Lourdes Ortiz. En otros, el autor novela libremente, sin preocuparse por la veracidad de los que se cuenta La novia judía (1978), de Leopoldo Azancot. Más recientemente se han publicado El maestro de esgrima (1988) y El capitán Alatriste (1996), de Arturo Pérez-Reverte. Las naraciones históricas sirven a los autores para mostrar su dominio de la técnica narrativa: Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas.
- Novela de intriga y policíaca. El influjo del cine ha producido el trasvase de sus técnicas narrativas a la novela. Así, aparecen series de novelas protagonizadas por detectives o policías, como las de Pepe Carvalho (Los mares del sur), de Manuel Vázquez Montalbán, o las del sargento Bevilacqua y su compañera Chamorro (La niebla y la doncella), de Lorenzo Silva.
La técnica policíaca aparece también en La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza; y en Beltenebros (1989) y Plenilunio (1997), de Antonio Muñoz Molina. - Novela de tendencia realista. El realismo clásico se supera en la novela actual por medio de la imaginación y la fantasía. Los narradores han vuelto a la autobiografía de análisis psicológico. Algnos títulos son Juegos de la edad tardía (1989) y El mágico aprendiz (1999), de Luis Landero; Las estaciones provinciales (1982) y La fuente de la edad (1986), de Luis Mateo Díez; y Todas las almas (1989) y Corazón tan blanco (1993), de Javier Marías.
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